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OPINIÓN | El miedo a “la guerra después de la guerra” en Gaza

Belén Liotti

Nota del editor: Arwa Damon, ex corresponsal internacional de CNN y ganadora de premios, es presidenta y cofundadora de la organización sin fines de lucro Red Internacional de Ayuda, Socorro y Asistencia (INARA). Las opiniones expresadas en este artículo son suyas. Lea más opiniones en CNN.

(CNN) — Durante misiones humanitarias anteriores en Gaza, trabajadores humanitarios como yo entrábamos por el cruce fronterizo de Rafah con Egipto, donde nos recibía un mar de desolación humana.

Un desbordamiento de tiendas de campaña se rebasaba de las escuelas que albergaban a los desplazados y cubría las aceras. Un puñado de vehículos y carretas tiradas por burros se abrían paso entre el tráfico de personas. La gente estaba psicológicamente aniquilada, viva pero de alguna manera muerta.

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Las escenas desgarradoras de Rafah ya no existen, como pude comprobar el mes pasado cuando regresé a Gaza en otra misión humanitaria con mi organización benéfica INARA, tras estar fuera dos meses. La incursión de Israel en Rafah obligó a más de un millón de personas a desplazarse a la parte central del enclave, donde reclaman otro miserable trozo de tierra en el que instalaron sus tiendas de campaña.

Para empeorar aún más la situación, el cierre del cruce de Rafah dificultó aún más las operaciones humanitarias, ya que era la única ruta para las evacuaciones médicas y la única salida para los habitantes de Gaza. Los trabajadores humanitarios como yo ahora necesitan ser recogidos en un convoy blindado en el cruce fronterizo del sur con Israel, conocido como Kerem Shalom o Karam Abu Salem, o “KS” para abreviar.

El cruce de Kerem Shalom o Karam Abu Salem que conecta el sur de Gaza con Israel.

Dolor, miedo, desesperanza, pérdida

Gaza no se parece a nada que haya visto antes. Y estuve en suficientes zonas de guerra durante los últimos 17 años para saber que la combinación explosiva de dolor, miedo, ira, desesperanza y pérdida en la escala que sufrió Gaza y su gente, junto con una creciente anarquía, garantizará prácticamente un deterioro hacia la anarquía civil.

La desesperación y el miedo constante empezaron a socavar los códigos morales que mantienen unida a una sociedad. Sin un Estado de derecho, sin una fuerza de paz, sin ayuda humanitaria, Gaza estallará y se hundirá en el caos civil. Y una Gaza inestable e inhabitable sólo sirve a los objetivos aparentes del primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, y su gobierno de extrema derecha de evitar cualquier intento de buena fe de lograr una paz duradera mientras los israelíes invaden más territorio palestino.

A través de un sistema de walkie-talkie, la voz del vehículo que encabeza mi convoy nos advierte de una “fuerte presencia de personas” a lo largo de nuestra ruta y de la poca visibilidad causada por el polvo, de forma que nos instaba a “mantener las puertas cerradas”. Es una señal ominosa de lo que puede estar por venir en esta tierra ya brutalmente golpeada.

El aumento de los saqueos, la actividad criminal y la anarquía en Gaza hacen que la gente tema lo que ellos llaman “la próxima guerra” cuando termine la ofensiva de Israel. El colapso total de la seguridad y la anarquía crean potencialmente más oportunidades para que Hamas resurja, aunque ninguna de las personas con las que hablé quiere verlos nuevamente en el poder.

Después de 9 meses de guerra, un anhelo de estabilidad

Algunos habitantes de Gaza, que tienen un fuerte anhelo de estabilidad después de nueve meses de hostilidades, temen que los minifeudos que están empezando a formarse y la inestabilidad que los acompaña creen espacio para Hamas o su próxima iteración.

Israel sólo les permite a las organizaciones humanitarias utilizar una ruta desde el cruce de KS para adentrarse más en Gaza. Esta ruta la utilizan tanto camiones comerciales y de ayuda humanitaria, así como convoyes como en el que estoy yo, que transportan a trabajadores humanitarios. En esta carretera hay un tramo en el que Israel nos da “luz verde” para transitar. Este tramo desierto de la carretera se convirtió en un refugio para pandillas y saqueadores.

Palestinos abordan camiones cargados de ayuda humanitaria traída a través de un nuevo muelle construido por Estados Unidos en el centro de Gaza el 18 de mayo. Crédito: Abdel Kareem Hana/AP.

Parece una escena de una película de zombis apocalíptica. El asfalto parece haber sido masticado y escupido. Lo que queda de los edificios son poco más que carcasas. Todo es gris escombros y negro quemado. Estiro el cuello en un intento de abarcarlo todo, pero es imposible.

Grupos de hombres se quedan a lo largo de la carretera, algunos con palos, un puñado con machetes. Están esperando para emboscar a los camiones de ayuda, pero sonríen y saludan a nuestros jeeps con logos distintivos de la ONU, mucho menos tentadores. Observo a dos adolescentes raspar el suelo sucio mientras recogen los restos de una bolsa que explotó con algún tipo de grano. Esto es efectivamente una “tierra de nadie” en una “zona roja” designada. Esto es más organizado, criminal y siniestro que lo que se encuentra cuando personas que simplemente tienen hambre se agolpan en un camión de ayuda.

Un floreciente mercado negro de cigarrillos

Algunas bandas se ven obligadas a saquear para satisfacer sus propias necesidades; otras tratan de vender todo lo que pueden conseguir en el mercado. Pero los grupos más astutos y amenazadores son las diversas redes de contrabando de cigarrillos. Desde el 7 de octubre, los cigarrillos ya no entran a Gaza como carga comercial; no se dio ninguna razón, pero no es sorprendente, dado que existe una larga y creciente lista de artículos restringidos arbitrariamente por Israel. En mi viaje a Gaza en abril, un fumador empedernido que conocí bromeó: “Saben que pueden destruirnos cortando nuestra nicotina”.

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En aquel entonces, el costo de un solo cigarrillo rondaba los US$ 10. Hoy, cuesta entre US$ 17 y 25, según la marca. Si se introducen cinco cajas en un camión, se ganan unos US$ 20.000. Los camiones de ayuda a veces acaban convirtiéndose en mulas involuntarias de los contrabandistas de cigarrillos, una de las principales razones por las que son el blanco de los ataques.

Ver todo esto de primera mano es chocante, pero no sorprendente. A principios de este año hubo un intento de utilizar la fuerza policial de Gaza para asegurar la ayuda y los convoyes, especialmente los que salían del KS, pero después de que Israel los atacara repetidamente, se retiraron. La desesperación, la falta de ayuda suficiente y la falta de seguridad llevadron a un aumento de la actividad criminal, como reconoció el embajador estadounidense David Satterfield, enviado especial del Departamento de Estado para cuestiones humanitarias en Medio Oriente, en febrero en una entrevista con el Carnegie Endowment.

Soldados israelíes hacen guardia mientras camiones que transportan ayuda humanitaria avanzan en el lado israelí del cruce fronterizo de Kerem Shalom el 19 de diciembre de 2023. Crédito: Menahem Kahana/AFP/Getty Images.

Desde el principio, Israel renunció a su responsabilidad de garantizar la seguridad de los convoyes de ayuda y de personal. La agencia militar israelí para la Coordinación de las Actividades Gubernamentales en los territorios (COGAT, por sus siglas en inglés) publica constantemente actualizaciones sobre la cantidad de camiones de ayuda que entran en Gaza y culpa a las organizaciones de ayuda por “fallas en la distribución”.

La triste ironía es que las organizaciones de ayuda sí fracasan en la distribución. Sencillamente no podemos recoger la ayuda de forma segura en el cruce fronterizo sin tener que enfrentarnos a una serie de bombas israelíes que caen del cielo y a saqueadores y bandas criminales en las únicas rutas que se nos permite utilizar para recoger la ayuda. Israel no nos permite utilizar rutas alternativas. Ni siquiera tenemos permiso para traer el equipo necesario para reparar los camiones que apenas avanzan. El deficiente proceso complica una situación de seguridad que ya es complicada.

Parece el borde de una anarquía orquestada por expertos, parte de una estrategia perversa para poner a Gaza de rodillas. A medida que aumenta la desesperación, más personas se ven obligadas a desplazarse una vez más y los recursos comienzan a escasear.

Sentar las bases para la “guerra interna”

Pasamos por una vasta extensión de terreno desolado: apenas restos de lo que solían ser casas de gente. Veo a unos niños que rebuscan entre los escombros. Mi vista capta el destello brillante de un trozo de tela con lentejuelas verdes, luego de uno morado. ¿Era una tienda de ropa? ¿Los restos del armario de alguien? Los niños corren sin zapatos junto a una alcantarilla abierta, otros llevan jarras de agua casi tan pesadas como ellos. A lo lejos se pueden escuchar ráfagas esporádicas de disparos en barrios alejados.

“No se preocupen, son sólo disputas tribales, pero será mejor que entremos”, dice uno de los hombres que están instalando paneles solares en un refugio que apoya INARA, mientras nos acompaña durante la tarde desde el tejado. Nos miramos y puedo ver su miedo. Es un miedo que he visto y oído expresar en numerosas ocasiones durante este viaje a Gaza. Un miedo a “la guerra después de la guerra”. Algunos creen que ya empezó. “Tenemos miedo de lo que viene después”, dice, al encogerse de hombros.

Gaza no es ajena a la dinámica de las familias tribales y las bandas criminales. Como me explicó una amiga de Gaza: “Hamas mantuvo bajo control todos los enfrentamientos entre familias y tribus, las bandas criminales. Esa fue una de las razones por las que al principio fueron tan populares”, me dijo. “Todo eso se está recreando ahora en la anarquía, los contrabandistas y las mafias que están surgen”.

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“Tengo la sensación de que todo está a punto de convertirse en Bagdad en su peor momento, no dividido por líneas sectarias, obviamente, sino en un mosaico de pequeños feudos, cada uno controlado por una mafia o una familia”, digo, basándome en mis viajes a otras zonas de guerra. “Sí. Por eso necesitamos una fuerza internacional de mantenimiento de la paz”, responde.

Me dice: “No queremos que vuelva Hamas; definitivamente no queremos que vuelva Hamas. En este momento, Hamas apenas cuenta con apoyo. Pero si después de esto el caos empeora, la gente empezará a anhelar una fuerza estabilizadora y el apoyo puede volverse hacia Hamas”.

Diez días después de mi llegada, al salir de Gaza, veo un montón de neumáticos en llamas. Un par de grupos tienen troncos de árboles, armarios de metal y cualquier tipo de escombro listo para arrojarlo al otro lado de la carretera y obligar a un camión a detenerse. La tierra de nadie es aún más desolada. Pasamos junto a los camioneros que esperan para cargar la mercancía. “Qué hombres tan valientes”, pienso. “Se arriesgan a sufrir ataques aéreos y emboscadas”.

Desde que me fui, KS no cerró. Recuerdo las palabras de un colega de Gaza que trabaja para otra organización: “Esta guerra está diseñada para destruirnos y garantizar que nos destruyamos a nosotros mismos”, me dijo. “Todo el mundo comercia con nuestra sangre”.

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