OPINIÓN | Israel y Palestina: territorios irreconciliables (Libros que nos orientan en este largo viaje)
Sol Amaya
Nota del editor: Wendy Guerra es escritora cubanofrancesa y colaboradora de CNN en Español. Sus artículos han aparecido en medios de todo el mundo, como El País, The New York Times, el Miami Herald, El Mundo y La Vanguardia. Entre sus obras literarias más destacadas se encuentran “Ropa interior” (2007), “Nunca fui primera dama” (2008), “Posar desnuda en La Habana” (2010) y “Todos se van” (2014). Su trabajo ha sido publicado en 23 idiomas. Los comentarios expresados en esta columna pertenecen exclusivamente a la autora. Mira más en cnne.com/opinion
(CNN) — Cerrar los ojos a la historia y hablar solo en presente sobre conflictos que implican las tradiciones y la religión es olvidar que, en política, el pasado siempre regresa.
Esa delicada franja de tierra, el escenario entre Israel y los palestinos trae consigo una ola de argumentos y reivindicaciones, que solo debe desmenuzarse a través del estudio sociocultural y místico, exponiendo a Jerusalén como un delta entre tres continentes. El gran reto es intentar entenderlo sin perder de vista que los estamos midiendo con un rasero distinto: nuestro pensamiento occidental, ese que transformó, desde finales del siglo XIX, al Medio Oriente.
¿Cómo entonces ponernos en la piel de sus protagonistas? Solo a través de autores e historiadores que han sido estudiosos, testigos y parte, del endogámico conflicto.
Theodor Herzl, 1897. Un año después de la publicación de su libro, “El Estado judío”, se celebra el Primer Congreso Sionista en el Casino Basilea. Herzl describe su plan sionista, que en realidad no prendió de inmediato en la audiencia. Hasta ese momento, para los rabinos y los judíos ortodoxos, vivir a la deriva, en una diáspora que parecía eterna, errar por el mundo sin tierra donde asentarse, significaba la vía para cumplir un castigo divino. En este contexto, el sionismo no parecía tener éxito. Ocho años más tarde, en 1905, durante el Séptimo Congreso Sionista, se decide poner la primera piedra en la construcción de la patria judía, y para su asentamiento se consideran territorios como Uganda y Argentina, pero finalmente deciden establecerse en Palestina. Yitzahak Espstein, en medio de la ansiedad por encontrar esa “tierra prometida”, se dirige a la audiencia y pronuncia unas memorables palabras: “Dedicamos atención a todo lo relacionado con nuestra patria, discutimos y debatimos todo, elogiamos y criticamos en todos los sentidos, pero una cosa trivial que hemos pasado por alto durante tanto tiempo en nuestro hermoso país: existe todo un pueblo que lo ha sostenido durante siglos. y a quien nunca se le ocurriría irse”.
A principios de siglo XX, durante el mandato británico, convivían en Palestina, aproximadamente, una decena de miles de judíos y medio millón de árabes. Las relaciones entre árabes y judíos eran armónicas. Todo esto lo cuenta, de modo inmejorable, el académico Jorge Ramos Tolosa en su libro “Palestina, una historia esencial”.
La proliferación de los pogromos rusos, crueles persecuciones y linchamientos a judíos en la Rusia zarista de finales del siglo XIX precipitaron los asentamientos de esta comunidad en Palestina. Allí se fueron los judíos antes asentados en Rusia, al exilio, a comprar tierras para cultivar y fundar un destino próspero y, sobre todo, completamente nuevo. “En el corazón de la Europa civilizada: Los pogromos de 1918 a 1921 y el comienzo del Holocausto”, un libro escrito por Jeffrey Veidlinger, encontraremos buena parte de la historia de estos asentamientos. El verdadero conflicto comienza con la llegada de estos primeros judíos emigrantes de Rusia a Palestina, cuando los árabes, quienes hasta ese momento se mostraban hospitalarios, los escucharon decir: “Esta es mi tierra”.
Los judíos, ya asentados en Tierra Santa, lanzan el lema Un país sin pueblo para un pueblo sin país, aludiendo a la tierra desolada y desértica que se proponían transformar. Para esta transformación los judíos no contrataban mano de obra palestina, ellos fueron su propia fuerza, y entre 1908 y 1913 se fundan en Palestina once nuevas colonias judías.
Es ahí cuando comienzan las tensiones, protestas e interminables enfrentamientos de los palestinos, quienes rápidamente advierten cómo se modifica su geografía, ahora en manos judías.
Para 1919, cuando los británicos tomaron Palestina, realizaron un censo que revela la presencia de 700.000 árabes y 70.000 judíos. Fueron justamente los ingleses quienes etiquetan las categorías: judíos y árabes. Las primeras expresiones abiertamente antijudías en Palestina brotan entre abril de 1920 y mayo de 1921, dejando un saldo de, aproximadamente, 95 muertos.
Winston Churchill, ministro para las colonias, investiga, escribe y edita el llamado Libro Blanco de 1922, que aclara la posición británica sobre el tópico.
A pesar de ello, entre 1924 y 1928 se trasladan a territorio palestino más de 60.000 judíos. Edward W. Said en “La cuestión palestina” relata este y otros episodios de su pueblo, en clave de ensayo, considerado pionero en abrir un serio debate desde el punto de vista palestino.
En agosto de 1929 estalla un conflicto a propósito del acceso al Muro de las Lamentaciones en Jerusalén. Días más tarde se sospecha que los judíos atacarán la mezquita de Al-Aqsa, y en solo una semana ocurren los asesinatos de 133 judíos abatidos a manos de los árabes.
La obra literaria de Joan B. Culla, “La tierra más disputada”, nos ofrece un recorrido completo del interminable enfrentamiento entre árabes palestinos, desde su surgimiento hasta nuestros días.
Ese mismo año, a propósito de la necesidad de una coexistencia pacífica entre árabes y judíos, Albert Einstein escribe en una carta a su amigo Jaim Azriel Weizmann, quien se convertiría luego en presidente del Estado de Israel. “Si no podemos encontrar una forma de cooperación y pactos honestos con los árabes, entonces es que no hemos aprendido absolutamente nada durante nuestros 2.000 años de sufrimiento (…) Si los judíos no aprenden a vivir en paz con los árabes, la lucha contra ellos les seguirá durante décadas en el futuro”.
En 1933, los nazis ya estaban en el poder y la agencia judía firma un acuerdo con el Ministerio de Economía del Tercer Reich, que permitió viajar a Palestina a decenas de miles de emigrantes, científicos, arquitectos y artistas judíos, quienes debieron dejar atrás sus bienes y empezar de nuevo, nutriendo con su conocimiento y otro modo de ver la vida, con una mirada diferente, otro tipo de sofisticación llegó a la sociedad palestina. A partir de esta oleada, la población de Tel Aviv alcanzó los 159.000 habitantes.
En 1936, ante la evidente ocupación de tanto territorio palestino, los árabes convocan a una huelga general para exigir el fin de la migración judía, exigiendo que no se le permitiera comprar más tierra palestina a los judíos, quienes, ante sus propios ojos, se estaban apropiando del país. El calor de las protestas lo trastoca todo y la resistencia árabe en Palestina da un paso más, convirtiéndose no solo en una protesta contra el sionismo, también contra la presencia británica en tierra palestina. En esta contienda mueren centenares de árabes y más de 300 judíos.
Hacia finales de ese mismo año, la situación política se hace propicia para la conformación del Alto Comité Árabe. Al frente de esta organización aparece la figura de un nuevo líder, el muftí de Jerusalén, Amin al-Husseini. En sus “Memorias”, el militar se confiesa comprometido con Hitler y muy identificado con la ideología nazi. Tanto, que terminó refugiado en Berlín, intentando crear unas SS musulmanas, que invadieran Palestina, exterminaran a los judíos y les devolvieran su territorio a los palestinos.
En plena Segunda Guerra Mundial, ante la masacre desatada por Hitler, los judíos no encontraron una tierra que los recibiera. El miedo a las represalias de los alemanes paralizaba la buena voluntad de cualquiera de las naciones a las que los judíos acudían pidiendo auxilio. En 1938, la conferencia de Evian, donde se trataba la admisión de emigrantes judíos, cerró sus sesiones sin solución al respecto. En medio del Holocausto, ninguno de los 32 países representados quiso asumir la migración de los judíos. “La niña alemana”, novela del autor Armando Correa, cuenta, en clave de ficción, el destino de Haanah, una niña alemana a bordo del St. Louis, abandonada a su suerte en un barco repleto de judíos que nadie quiere recibir, y que solo tiene mar bajo sus pies para comenzar una vida lejos del Holocausto.
En 1939, los británicos organizan la conferencia de Saint James en su intento de evitar que los árabes se unan a las potencias contrarias. El diálogo comprendía la participación de judíos y árabes, pero son los árabes quienes se niegan a reunirse con la delegación judía.
“No hay asimilación si uno se limita a abandonar su pasado, pero ignora el ajeno. En una sociedad que es, en su conjunto, antisemita – y antisemitas fueron hasta nuestro siglo todos los países en los que vivían judíos-, sólo es posible asimilarse asimilándose también al antisemitismo”, describe Hannah Arendt en su obra “Rahel Varnhagen”.
Los ingleses publican nuevamente un “Libro Blanco” donde aparece una notable reducción de migrantes judíos en Palestina, y remarcan que no tienen intención de establecer un estado judío en Palestina. A partir de entonces, los judíos se unen a los ingleses en la lucha contra Hitler.
Termina la Segunda Guerra Mundial y con ella el Holocausto, que cobró la vida de cerca de 6 millones de judíos. ¿A dónde se podían dirigir los sobrevivientes? Una forma de resistencia ante la crueldad nazi era sostener la esperanza de volverse a reunir a sus familias y a sus amigos al calor de sus hogares, restableciendo las normas, ligaduras y estructuras tradicionales. El sufrimiento adoptó un extraño, nuevo, móvil estilo de vida. Vagaron por el mundo buscando quién los recibieran. A partir de 1945 los sobrevivientes van a parar a los campos de desplazados de Alemania y Austria, donde son encerrados en zonas asiladas por alambradas, y sometidos al trato desconsiderado de los soldados de los países aliados. Los británicos comienzan la operación Iglú para interceptar en el puerto de Haifa a los judíos que intentan llegar a las costas palestinas, deportándolos a Chipre. Más de 50.000 judíos terminan en campos de internamiento rodeados por soldados.
La Operación Ágata fue una acción articulada por los británicos en 1946, contra la agencia judía, que en ese momento planea acciones de sabotaje. Unas 2.700 personas son detenidas y, seguidamente, también son capturados los paramilitares judíos que atacan el cuartel general británico ubicado en el hotel King David. Las organizaciones judías están cada vez más fuertes y organizadas, y a los británicos se les hace imposible implantar el orden y rumbo que planean para la región. En 1947, los ingleses anuncian que en seis meses se retirarán de Palestina y piden a la ONU que envíe una comisión internacional de investigación.
La comisión, tras evaluar la crisis en Palestina y recorrer los campos de refugiados judíos asentados en Europa, recomienda partir en dos el territorio, creando un Estado judío y un Estado árabe. En 1948, el mundo necesitaba encontrar una reparación a los horrores de los nazis. La votación de la ONU del 29 de noviembre de 1947 duró apenas tres minutos. La resolución 181 fue aprobada por 33 votos a favor, 13 votos en contra y 10 abstenciones. Es de subrayar que, en medio de la Guerra Fría, Estados Unidos y Rusia estuvieron de acuerdo en este punto. Hubo diez abstenciones, entre ellas la de Gran Bretaña. Al final del conteo de votos, todo el territorio palestino, incluyendo Jerusalén, conforman un “corpus separatum” bajo un régimen internacional especial, que comenzó a ser administrado por la ONU. Palestina y todos los Estados árabes vecinos rechazan la partición y un estado de incomodidad, que atenta contra la convivencia pacífica, se apropia de la región.
¿Por qué los palestinos debían renunciar a la mitad de su patria? Esa pregunta los ha acompañado por muchas décadas. Los israelitas que amanecieron celebrando el resultado de las votaciones vieron también el inicio de la guerra. Los árabes no aceptan los resultados de las votaciones ante la ONU y comienzan a poner bombas y a matar judíos de manera despiadada. Miembros de la organización Haganá, que en hebreo significa “defensa”, entran en acción y responden con violencia a los ataques árabes. Veinticuatro horas después de la fundación del Estado de Israel comienzan las hostilidades y la masacre cobra cada vez más y más vidas.
El 14 de mayo de 1948, el hasta el momento líder sionista, David Ben-Gurión, lee la declaración de independencia del Estado de Israel. Comienza la unificación de todos los grupos de combatientes hebreos y crea el Tzáhal, Ejército de defensa israelí. Ante la retirada de los británicos, los israelíes se habían vuelto independientes, pero, a la vez, se han quedado solos frente a la insurgencia de los ejércitos de los Estados árabes vecinos, que se unen para crear una fuerza mayor e invadir lo que ahora es territorio judío.
Aviones egipcios bombardean Tel Aviv, y los judíos que habían huido a Tierra Santa se percatan de que allí tampoco se encuentran a salvo. En el territorio ocupado por el Estado de Israel, solo permanecen 150.000 palestinos. El resto huyó despavorido con la promesa de volver cuando terminara la guerra, pero eso nunca sucedió. Alrededor de 750.000 palestinos fueron desplazados en el año 1948. Israel gana todos los territorios, menos Jerusalén, donde la ciudad vieja sigue perteneciendo a los árabes. Los soldados jordanos expulsan a los judíos. Cisjordania es anexionada por el Reino de Jordania y la franja de Gaza es ocupada por Egipto. Un año más tarde, finaliza la primera guerra árabe-israelí, el resultado es devastador para los árabes. Israel amplía su territorio, ocupando todo el sur de Gaza, Galilea occidental y también el sector occidental de Jerusalén. Más de medio millón de árabes se refugian en Jordania y en la zona de Gaza no ocupada.
Mientras todo esto ocurre, el 25 de enero de 1949, en plena guerra, se celebran las primeras elecciones al parlamento israelí, la Knesset, cuando fue electo David Ben-Gurión como primer ministro del Partido Laborista y ministro de Defensa.
Ese mismo año, en Rodas, Grecia, se firmaron cuatro armisticios bajo el auspicio de las Naciones Unidas. Ninguna de estas iniciativas diplomáticos ha funcionado, las crisis siguieron una tras otras:
La crisis del Canal de Suez, 1956, conocida también como la guerra del Sinaí, donde estuvieron implicados el Reino Unido, Francia e Israel contra Egipto.
La guerra de los seis días, 1967. Implican a Israel, Egipto, Siria y Jordania. En solo seis días el Ejército israelí derrota a los árabes.
Sobre este conflicto escribieron un libro en conjunto del mismo título, “La guerra de los seis días”, Randolph y Winston Churchill.
La guerra del Yom Kippur, 1973. Egipto y Siria entran en combate contra Israel.
De 1987 a 1993 se produce la primera intifada de los palestinos en territorio ocupado. Del año 2000 al 2005, la segunda intifada.
Para ahondar en estas rebeliones resulta interesante la lectura de “Intifada: historia del pueblo de Israel”, del doctor en teología Lauro Eduardo Ayala Serrano.
¿Cómo leer los rasgos y motivaciones que los han llevado al extremo?
El Medio Oriente, a lo largo de la historia, ha sido un escenario vivo, prendido de conflictos internos, con acciones recurrentes que lo trasciende y pone en constante alerta a la humanidad.
Uno de los fenómenos más evidentes en esta región es, sin dudas, el fundamentalismo, movimiento religioso y político que ha dejado una profunda e irreversible huella en la sociedad y la política contemporánea, y refiere a una interpretación estricta y literal de los textos sagrados de una religión, que busca establecer un orden social y político basado, esencialmente, en principios religiosos.
Para ahondar en los orígenes del fundamentalismo en el judaísmo, el cristianismo y el islam recomiendo el libro del mismo nombre de la autora Karen Armstrong, reconocida especialista en el tema. El fundamentalismo en el Medio Oriente surge como respuesta a una serie de problemas socioeconómicos, territoriales y políticos en la región, pero ha sobrepasado sus propias fronteras, afectando a personas inocentes, ajenas al conflicto. Grupos terroristas como al Qaeda e ISIS han llevado a cabo atentados masivos y ataques violentos, desestabilizando no solo a la región, sino a potencias mundiales que antes parecían intocables.
Ciertos regímenes fundamentalistas han impuesto, en sus propias comunidades, una interpretación estricta de la ley islámica, coartando y limitando la libertad de las mujeres y niñas, y de las minorías religiosas en general, atentando con los principios básicos y universales de los derechos humanos.
El fundamentalismo islámico ha tenido un impacto significativo en la política internacional, generando tensiones y serios conflictos con países occidentales, cambiando radicalmente la vida de sus ciudadanos y reconfigurando las alianzas regionales y mundiales.
Tanto el fundamentalismo judío como el fundamentalismo islámico son dos formas extremas de interpretar y practicar su religión. El judaísmo y el islam, aunque comparten determinadas similitudes en su estricta adherencia a ciertos preceptos religiosos, poseen notables diferencias.
El fundamentalismo judío se refiere a una interpretación rígida y literal de la Torá y de otros textos sagrados judíos. Los fundamentalistas judíos creen en la autoridad absoluta de la ley religiosa judía, conocida como Halajá, y buscan vivir de acuerdo con estas leyes. Algunos grupos fundamentalistas judíos, como los jasídicos, se adhieren a prácticas y costumbres tradicionales rigurosas, como el uso de vestimentas distintivas y la separación estricta entre hombres y mujeres. El fundamentalismo islámico, por su parte, se basa en una interpretación estricta y literal del Corán y de la ley islámica, conocida como la Sharia. Los fundamentalistas islámicos creen en la supremacía de la Sharia y se empeñan en establecer un Estado islámico basado en estas leyes. Algunos grupos fundamentalistas islámicos, como los talibanes en Afganistán, o ISIS han utilizado la violencia y el terrorismo para alcanzar sus objetivos, obviando los daños colaterales que puedan generar sus acciones. Sobre estas terribles marcas dejadas en occidente, recomiendo un libro muy especial: “La torre elevada: al Qaeda y los orígenes del 11S”, del escritor Lawrence Wright, una obra guiada, magistralmente, entre el periodismo y la novela, entrelazando las historias de varios personajes que terminan vinculados dramáticamente al atentado a las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001. Este relato termina adentrándose en los orígenes de al Qaeda y sus implicaciones en el atentado que cambió el curso de la historia.
Al analizar todos estos focos, enraizados en el interior de culturas y religiones tan ricas y antiguas que han trascendido en el tiempo, es primordial no perder de vista que tanto el fundamentalismo judío como el fundamentalismo islámico representan solo una parte de sus respectivas tradiciones religiosas. La mayoría de los judíos y musulmanes no son fundamentalistas, practican su fe de una manera mucho más moderada y adaptada a los tiempos que les ha tocado vivir. El fundamentalismo, en cualquier forma religiosa que se exprese, varía siempre en su grado de extremismo y manifestación práctica. No debemos generalizar ni estigmatizar a los judíos o musulmanes en su totalidad, aludiendo la existencia de grupos fundamentalistas dentro de sus comunidades, eso solo genera intolerancia, discriminación, incentivando crímenes de odio. Cada religión conserva, dentro de sí misma, una amplia diversidad de creencias místicas y prácticas, y es de vital importancia, estudiarlas para reconocer y respetar dicha diversidad.
Los actuales enfrentamientos entre Israel y Hamas se han convertido en la más arrasadora de las cinco guerras entabladas desde que Hamas arrebató al Gobierno autónomo palestino el control de Gaza en 2007. Hasta el momento, la confrontación palestino-israelí, que implica a varios países de la región, es uno de los conflictos sociales más complejos de desentrañar y de resolver con justicia. Después de tantos intentos, acuerdos, convenciones y esfuerzos internacionales por encontrar la armonía entre Israel y los palestinos , y ante las hostilidades que comenzaran este último 7 de octubre, el grupo militante Hamas, una de las dos principales organizaciones políticas en los territorios palestinos, liderado por Ismail Haniyeh, llevó a cabo el peor ataque terrorista contra Israel de los últimos años, asesinando a más de 1.200 personas inocentes, y secuestrando a unos 240 civiles. Al cierre de este artículo, más de 11.400 personas han muerto abatidas en los bombardeos israelíes sobre Gaza.
Repasando la interminable espiral de odios y desencuentros, entre Israel y Palestina, nos preguntamos ¿cuál será el camino que traiga la verdadera solución, la definitiva, que permita sembrar por siempre la paz en la región y escribir novelas y ensayos, con páginas más alentadoras para la historia?
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