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ANÁLISIS | Por qué las empresas occidentales no pueden permitirse el seguir haciendo tratos con dictadores

Alexandra Ferguson

Nueva York (CNN Business) — La guerra en Ucrania provocó un éxodo masivo de empresas de Rusia nunca antes visto. Corporaciones que pasaron años abriéndose camino en el creciente mercado de consumo se retiraron casi de la noche a la mañana, con sus lucrativas operaciones de repente viéndose como pasivos.

El éxodo pone en cuestión lo que algunas de esas empresas estaban haciendo en Rusia en primer lugar, y por qué fue necesario un acto de guerra para hacerlos cambiar de opinión. Una de las empresas que está en la mira es Nokia.

El lunes, el diario The New York Times reveló cómo Nokia ha suministrado durante años equipos y servicios que apuntalaron el vasto sistema de vigilancia ruso que se ha utilizado para espiar a los disidentes. Aunque Nokia denunció la invasión de Ucrania y dijo que suspendería las ventas en el país, la empresa dijo a The New York Times que estaba obligada a fabricar productos que cumplieran con el sistema de vigilancia.

En otras palabras, esto era simplemente el costo de hacer negocios en Rusia.

Nokia dijo en un comunicado que el artículo de The New York Times era engañoso, enfatizando que la compañía “no fabrica, instala o da servicio” a las herramientas de vigilancia. “Condenamos cualquier uso indebido de la interceptación legal con el fin de infringir los derechos humanos”, dijo. “Para evitarlo, es muy necesaria una acción multilateral que garantice el establecimiento de marcos suficientes”.

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Leyes vs. ética

No hay pruebas de que Nokia haya hecho nada ilegal, pero la ética y las leyes no son lo mismo.

Es difícil imaginar que Nokia no supiera lo que estaba pasando en Rusia. Un experto en inteligencia rusa que habló con The New York Times dijo que Nokia “tenía que saber cómo se usarían sus dispositivos”.

Los expertos dicen que no hay ninguna empresa (o consumidor, para el caso) que pueda mantener sus manos perfectamente limpias. La naturaleza vasta e interconectada de las cadenas de suministro globales hace que sea casi imposible evitar alguna interacción, directa o indirecta, con la corrupción, la explotación laboral u otros elementos desagradables del comercio global.

La cuestión, por tanto, es cuán cerca se está del mal comportamiento, dice Jason Brennan, profesor de ética empresarial en la Universidad de Georgetown.

“Nadie está dispuesto a nadar en una piscina cuando hay un cadáver en ella, pero sí en el océano… Se trata de la concentración de muerte a tu alrededor”, dice. “Los mercados también funcionan un poco de este modo”.

Es decir, puede que Nokia no haya fabricado la tecnología que espiaba a los rusos, pero sí les enseñó a las autoridades de Rusia cómo echarla a andar, y eso debería haber sido una gran señal de alarma para los altos cargos de la empresa.

Los documentos revisados por The New York Times muestran que la empresa sabía que estaba facilitando el aparato de vigilancia ruso. Era un negocio esencial y lucrativo para Nokia, informa el diario, que representaba cientos de millones de dólares en ingresos anuales.

Nokia pidió a los gobiernos que establecieran normas más claras sobre dónde se puede y no se puede vender la tecnología. “Nokia no tiene capacidad para controlar, acceder o interferir con cualquier capacidad de interceptación legal en las redes que nuestros clientes poseen y operan”, declaró al periódico.

Este es un dicho habitual de las grandes empresas que tienen dificultades para controlar sus propias actividades: piden a los gobiernos que intervengan para protegerlas de nuestros más bajos impulsos. (Véase: Zuckerberg, Mark.)

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Lograr un balance

Este dilema no es nuevo para las empresas multinacionales. Las grandes tecnológicas, en particular, han luchado por encontrar un equilibrio entre los ideales democráticos de libertad de expresión y privacidad y las realidades de hacer negocios en mercados autoritarios como China y Rusia, donde esos derechos están ausentes.

Apple, por ejemplo, se ha enorgullecido durante mucho tiempo de garantizar la privacidad de sus clientes. Pero en China, Apple ha tenido que doblegar esos valores para cumplir con los reguladores.

Una investigación de The New York Times del verano pasado descubrió que Apple ayudó a la censura del gobierno en la versión china de la tienda de aplicaciones y puso en riesgo los datos de los clientes chinos. Apple negó algunas de las conclusiones del informe, afirmando que había eliminado aplicaciones solo para cumplir con la legislación china.

Del mismo modo, los chips fabricados por Intel y Nvidia supuestamente se encuentran en las computadoras que China utiliza en su vigilancia masiva de las minorías musulmanas.

Y el año pasado, Microsoft dijo que había retirado involuntariamente las imágenes de la represión de la Plaza de Tiananmen de 1989 en todo el mundo en su motor de búsqueda Bing, un raro caso de la estricta censura interna de China que se extiende más allá de sus fronteras.

Líderes tecnológicos como Tim Cook, CEO de Apple, han argumentado que es mejor participar en los mercados autoritarios que mantenerse al margen. Pero, frecuentemente, eso significa cumplir con los regímenes responsables de abusos de los derechos humanos y, a veces, ayudarlos en esos objetivos.

Brennan, profesor de ética empresarial, sostiene que las empresas no deberían ayudar directamente a un gobierno totalitario, aunque las leyes locales los obliguen. “No puedes hacerlo porque te lo ordenaron, y no puedes hacerlo por dinero”, dijo.

Y si eso significa perder un montón de dinero, pues lo lamento. “No puedes hacer el mal por US$ 200.000 millones. No puedes hacerlo por un millón. Es una cuestión de ética básica”, añadió Brennan.

Dicho esto, hay buenas noticias para las empresas como Nokia que buscan ayuda para refrenarse: hacer lo correcto es un buen negocio. No solo es bueno para las relaciones públicas, sino también para las ganancias.

Los consumidores y los inversores son cada vez más conscientes del comportamiento de sus empresas, y éstas han tomado nota. Fíjate en la rapidez con la que Disney dio un giro a su respuesta y a sus acciones después de haberse negado en un principio a oponerse a la llamada ley “Don’t Say Gay” de Florida. Y la velocidad del éxodo de Rusia entre las marcas occidentales subraya una era relativamente nueva en la que los inversores y los clientes exigen que las marcas hagan algo más que maximizar los beneficios a toda costa.

Así que las empresas deberían hacer lo correcto y dejar pasar las oportunidades, a menudo lucrativas, de ayudar a las malas intenciones de los gobiernos enemigos. Si ceden a sus impulsos, sus acciones tendrán consecuencias: para las empresas y para el mundo.

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