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Esa Navidad, ella había renunciado por completo al amor. Hasta que apareció la cuidadora de la casa

Por Francesca Street, CNN

Lauren Thomas se despertó el viernes antes de Navidad con resaca.

La noche anterior, Lauren y su grupo de amigas de Austin, Texas, habían vaciado lo último de su vinoteca. Rematar la gran colección se había convertido en un proyecto del verano de 2008 que se extendió hasta el otoño.

Ahora era diciembre de 2008, la vinoteca estaba oficialmente vacía, y Lauren estaba sintiendo las consecuencias.

Se arrastró fuera de la cama, se preparó un café, alimentó a su querido pastor alemán, Fenway, y se dirigió al campo de golf vecino para jugar una partida matutina. El golf era el pasatiempo favorito de Lauren, incluso el día después de varias copas de vino.

Lauren estaba soltera. Era gay y por aquel entonces había salido con muchas mujeres, pero nada parecía funcionar. Sus amigas golfistas bromeaban con que su vida amorosa era un desastre. Pero Lauren estaba contenta con su vida independiente, soltera y llena de amigos.

“Prácticamente había dejado de buscar una relación”, le cuenta Lauren hoy a CNN Travel.

Ese sábado por la mañana, Lauren no se molestó en lavar las copas de vino vacías ni en limpiar antes de jugar al golf. Pasó la mañana despejándose en el campo de golf antes de desearles una Feliz Navidad al equipo y volver a su casa.

Al día siguiente, Lauren tenía previsto ir a casa de su madre para los días libres de Navidad, con un breve viaje de trabajo de camino. No podía llevarse Fenway, así que contrató a una persona que cuidara la casa, a quien estaba a punto de conocer por primera vez.

La persona que Lauren había contratado para Navidad era prácticamente una desconocida. Por aquel entonces, allá por 2008, Lauren viajaba mucho por trabajo. Casi nunca estaba en casa. Fenway “podía ser complicado” y Lauren, como ella misma lo describe hoy, “siempre necesitaba a personas que cuidaran la casa”.

Las fiestas también eran siempre complicadas. La mayoría parecía tener planes con familiares y amigos, y nadie quería pasar las fiestas con un pastor alemán grande, adorable pero feroz.

Efectivamente, el día antes de la reunión de Lauren el viernes por la noche para tomar vino, su cuidadora de casa habitual había llamado para cancelar a última hora.

“Me quedé sin cuidadora de perros”, recuerda Lauren. “Pero se lo dije a una compañera del trabajo y me dijo que tenía a alguien que podría ayudarme. Que la haría pasar el sábado”.

Lauren no sabía mucho sobre esta mujer, aparte de que también vivía en Austin, amaba a los perros y estaba disponible durante las fiestas.

“Así que, cuando llegué a casa después de jugar al golf el sábado, la cuidadora de casa ya estaba en camino. Me di una ducha y no me preocupé por mi apariencia; me puse unos pantalones cortos desgastados, una camiseta y me quedé descalsa”, recuerda Lauren. “Entonces sonó el timbre”.

Lauren abrió la puerta. En la entrada de su casa había una mujer con un bloc de notas, probablemente de la misma edad que Lauren, de entre 45 y 50 años. Vestía una chaqueta con capucha y unas Converse. Sonriendo, Lauren quedó cautivada al instante.

“Abrí la puerta y me encontré con un momento ¡guau!”, recuerda Lauren hoy. “Me enamoré al instante”.

“Soy Shelley”, dijo la mujer, extendiendo la mano para que Lauren se la estrechara. “Shelley Couch”.

Shelley Couch era relativamente nueva en Austin ese diciembre.

“Había tenido una carrera larga y bastante agotadora en informática, y en aquel momento me dije: ‘Ya está. Necesito un cambio’. Me mudé a Austin, Texas, desde Utah, y llevaba allí probablemente cerca de un año, explorando nuevas oportunidades”, cuenta Shelley hoy a CNN Travel.

Al igual que Lauren, Shelley era gay. En 2008, había tenido algunas relaciones, pero ninguna de largo plazo. Disfrutaba de su independencia y se había adaptado a la vida en Austin, tras cultivar un “buen círculo de amigos” y disfrutar de diversos hobbies.

“Estaba bien con mi soltería”, dice Shelley.

Shelley estaba preparada para pasar las fiestas sola en Austin: “No tenía familia”, explica.

Pero pasar las fiestas sola no era una perspectiva desalentadora para Shelley. Disfrutaba de su soledad.

“Pero cuando una amiga en común vino y me dijo: ‘Tengo una amiga que se va de viaje y necesita urgentemente un cuidador de mascotas, y me pregunto si podrías estar disponible para ella’, le dije: ‘¿Por qué no? No tengo nada más que hacer. No tengo planes de pasar la Navidad con nadie’”.

Pasar la Navidad con un pastor alemán grande le pareció divertido a Shelley. Nunca había cuidado a la mascota de nadie, pero era una amante de los animales organizada y ordenada. Parecía una buena opción.

Así que me dio la dirección de Lauren, el día y la hora, y fui en coche. Tenía mi libreta y mi bolígrafo, y me puse en plan profesional, así que fui a su puerta y llamé.

Si bien Lauren quedó instantáneamente cautivada por Shelley, Shelley seguía “pensando en su tarea” en ese momento.

“No estaba pensando si alguien me resultaba atractivo o no”, dice. “Para mí, esto era solo un trabajo”.

Aun así, a Shelley le entusiasmaba mucho conocer al revoltoso pastor alemán de Lauren.

“Fenway la atrajo de inmediato”, recuerda Lauren.

Mientras Shelley tomaba notas sobre los horarios y hábitos de alimentación de Fenway, Lauren le mostraba la casa, intentando disimular lo nerviosa que estaba por su presencia.

Inmediatamente se arrepintió de haberse bebido todo el vino la noche anterior, pues ya no podía ofrecerle a Shelley una copa festiva como excusa para que se quedara en casa un rato más.

“No tenía vino, se lo había bebido todo”, dice Shelley riendo. “Así que básicamente tomé muchas notas y esa noche me fui a casa, preparada para hacer mi trabajo”.

Al día siguiente, Lauren se fue a Florida, primero a su viaje de trabajo y luego a casa de su madre para Navidad. Intentó estar presente, pero su mente divagaba hacia Texas.

“Pensaba en la persona que cuidaba mi casa y en qué estaría haciendo… No podía dejar de pensar en ella”.

Mientras tanto, la hermana de Lauren, su esposo y sus dos hijos también estaban de visita en Florida para Navidad. Habían llegado en coche desde New Hampshire y el cuñado de Lauren había cogido una gripe horrible en el camino.

“Se detenían en la 95 para que vomite por la ventana”, dice Lauren.

Su cuñado llegó enfermo: estornudando, tosiendo y escupiendo. Lauren no quería contagiarse, así que intentó mantenerse alejada de él lo más posible. No era una situación navideña ideal.

“Estaba tumbada en la cama de la habitación de invitados, enviando mensajes y en Facebook mientras pensaba: ‘Preferiría estar en casa con la persona que cuida mi casa’”, dice Lauren.

En 2008, publicar pensamientos ligeramente dispersos e incoherentes en estados crípticos de Facebook era un hábito común en las redes sociales. Así que mientras intentaba esquivar la gripe y fantaseaba con Shelley, Lauren escribió un par de estados de ese tipo, más para entretener a sus amigos golfistas que para cualquier otra cosa.

“Y todos se preguntaban: ‘¿Quién cuida la casa?’”, recuerda Lauren.

En casa de Lauren en Austin, Shelley “no tenía ni idea” de estas publicaciones en redes sociales.

“Mientras tanto, paseaba al perro y limpiaba la casa”, recuerda. “Fue un invierno muy frío ese año y el perro era más grande que yo, pero nos enamoramos”.

Shelley llegó a conocer muy bien a Fenway, el perro. Y aprendió bastante sobre Lauren durante las dos semanas que vivió en su casa.

Era obvio, pensó Shelley, que Lauren estaba muy concentrada en el trabajo y probablemente pasaba “muy poco tiempo allí; que era principalmente un lugar para relajarse”. No había nada en el refrigerador y no había comida en las alacenas. Había montones de ropa sin lavar que Shelley decidió lavar por Lauren.

Supuso también que Lauren estaba soltera.

“No vi ropa ni cosas de otras personas, así que no fisgoneé, pero claramente era una casa unipersonal”.

Shelley le enviaba mensajes de texto regularmente a Lauren con novedades sobre Fenway. El día de Navidad, Shelley y Fenway “dieron un paseo encantador”. Al llegar a casa, vio un dulce mensaje de Lauren en el que le deseba “Feliz Navidad”. En cuanto a Lauren, a pesar de su intento por esconderse de su cuñado, terminó las fiestas con fiebre y tos.

“Enfermó a mi hermana, enfermó a los niños, y luego yo enfermé, y luego mi madre enfermó al día siguiente”, dice Lauren. “Y en ese momento, se lo conté a Shelley”.

Lauren no quería contagiar a la cuidadora y pensó que Shelley se largaría, dejando las llaves debajo del felpudo, al enterarse. Pero Shelley inmediatamente comenzó a preparar la casa para el regreso de Lauren.

“Pensé que lo único apropiado que podía hacer era comprar sopa, galletas y Gatorade para ayudarla durante este tiempo”, dice Shelley. “Sabía que no tenía comida en casa, porque me había quedado allí dos semanas”.

Cuando Lauren llegó a casa y se dio cuenta de lo que Shelley había hecho por ella, su enamoramiento por la cuidadora no hizo más que intensificarse. Y durante la semana siguiente, Shelley no dejó de aparecer para ver cómo estaba Lauren.

“Fui a visitarla, y así fue como nos hicimos más íntimas”, dice Shelley. “Aunque estaba muy enferma en ese momento, con gripe o algo así”.

“Pensé: ‘¡Dios mío! Esta mujer vino a mi casa mientras estaba enferma para traerme sopa. Sí, es una maravilla’”, dice Lauren.

Shelley no sabía muy bien por qué quería ayudar a Lauren. En ese momento, no se permitió admitir que “obviamente no habría hecho eso por cualquiera”.

Iba más allá del simple cuidado de la casa, eso era seguro.

“Soy una persona cariñosa y realmente vi una necesidad en ella”, dice Shelley. “Y pensé que era una profesional muy respetada, muy atractiva…”.

Llegó el Año Nuevo. Lauren por fin había superado la gripe. Con el inicio de enero, contactó con Shelley y la invitó a salir varias veces. A Lauren le parecía obvio que había algo entre ellas que valía la pena explorar. “Pero para mí, un teléfono en ese entonces era un dispositivo de comunicación. Para Shelley, era como una joya. No contestó mensajes de texto durante tres o cuatro días”, dice Lauren. “Así que pensé: ‘Esta mujer no está interesada en mí para nada’”.

No era tan simple. Para empezar, Shelley era realmente mala enviando mensajes de texto. Y sí, Lauren le gustaba. Estaba empezando a comprender sus sentimientos, pero Shelley no estaba segura de si buscaba una relación.

“Me va bien así, quizás me quede como estoy”, recuerda Shelley haber pensado. “Es muy atractiva, es inteligente… pero quizás me quede en este camino”.

También se dio cuenta de que Lauren estaba “lista para un compromiso real” y no estaba segura de si ella lo estaba.

“Tienes que tomártelo muy en serio”, dice Shelley hoy. “No quieres herir el corazón de alguien”.

Pero a Lauren no le inmutaba la indiferencia de Shelley. Desde que Shelley apareció en su puerta, libreta en mano, Lauren lo tuvo claro: “Vamos a salir”.

“O sea, desde el momento en que salió de casa, estuve en el avión pensando en ella. Estuve en el trabajo pensando en ella. Conduzco cuatro horas desde Pompano Beach hasta casa de mi madre, pensando en ella, y pienso: ‘Esta mujer va a salir conmigo’”.

Aun así, a medida que enero se convertía en febrero y Shelley seguía siendo difícil de localizar, Lauren decidió que estaban entrando en un territorio de “última oportunidad”.

Así que contactó con Shelley un sábado y le propuso una película espontánea. Shelley sugirió “Slumdog Millionaire”, que acababa de estrenarse en cines.

“En Austin, hay un cine donde han quitado algunas filas y han puesto mesas, y puedes ver una película, beber, comer, así que fuimos allí”, dice Lauren.

“Es una película preciosa”, dice Shelley. “Y, ¿sabes?, nos hicimos un poco más amigas, solo nos tocábamos los brazos y todo eso. Y luego me invitó a cenar, y lo hicimos, y aun así no éramos pareja…”

Lauren y Shelley ya estaban saliendo, en teoría. Ninguna de las dos dijo en voz alta lo que estaba pasando, incluso cuando salían a cenar juntas y pasaban largas tardes enfrascadas en conversaciones. Después de una de esas noches, Lauren llamó a Shelley y le preguntó directamente: “¿Quieres que seamos pareja?”.

Al otro lado de la línea, Shelley dudó.

“Le dije: ‘No estoy segura de querer comprometerme. Quizás solo quiera quedarme soltera y salir con alguien’”, recuerda Shelley hoy. “Y Lauren dijo: ‘Lo respetaré. Pero quiero que sepas que, sinceramente, creo que será el peor error de tu vida’”.

Y eso me dejó atónita. Estaba al teléfono y me quedé callada un rato. Le dije: ‘¿Me das 24 horas?’”.

Shelley colgó el teléfono y se quedó completamente quieta un rato, aturdida.

“Lo pensé mucho. Y pensé: ‘Tiene razón. Creo que tiene razón’. Y hemos estado juntas desde entonces”.

Después de este comienzo tranquilo, Lauren y Shelley se adaptaron rápidamente a la vida juntas. Salían a correr juntas a diario. Shelley sonreía mientras Lauren cantaba, con mucha intensidad, al ritmo de la música que sonaba a todo volumen en sus auriculares.

“Parecía que disfrutábamos de las mismas cosas, de las mismas películas…”, dice Lauren.

“En aquel entonces, jugábamos al golf, salíamos de fiesta y todo eso”, dice Shelley.

Y, por supuesto, el perro de Lauren, Fenway, se emocionó mucho cuando Shelley se convirtió en una invitada habitual en su casa.

“Fenway tenía una manía: se tumbaba encima de mí por las noches. Su perro solo quería protegerme, así que me despertaba y Fenway, con sus 54 kilos, estaba tumbado encima de mí”, dice Shelley, riendo. “Lo adoraba, era genial”.

El grupo de golf también adoraba a Shelley, quien empezó a acompañar a Lauren en sus partidas de golf de los sábados.

“Todos mis amigos se enamoraron de ella”, dice Shelley. Toda mi familia se enamoró de ella. No había una sola persona en mi vida que no pensara que Shelley era genial. Ella y mi madre tenían una conexión muy, muy buena y eran muy cercanas”.

Para la Navidad de 2009, Lauren y Shelley ya eran una pareja consolidada. Ese año, Lauren no regresó a Florida. En cambio, ella y Shelley pasaron las fiestas en la casa que las había unido, con Fenway a su lado.

Shelley se encontró pensando en cómo la Navidad anterior había estado allí sola, sin saber que había conocido a su media naranja. Le costaba imaginar cuánto había cambiado desde la Navidad anterior.

Durante los años siguientes, Shelley y Lauren sortearon juntas los altibajos de la vida: se mudaron a Maryland cuando el trabajo de Lauren la trasladó allí, y más tarde a Delaware.

“Creo que probablemente sabíamos que algún día nos casaríamos, pero no nos casamos de inmediato cuando se legalizó en nuestro estado”, dice Shelley.

Pero años después de que el matrimonio igualitario se legalizara en Estados Unidos en 2015, Shelley empezó a considerar proponerle matrimonio a Lauren.

La pareja pasó la Navidad de 2017 sirviendo comida en un albergue para personas sin hogar. Mientras Shelley observaba a Lauren trabajar, encantando a todos con quienes hablaba, pensó: “Tenemos que hacer esto para siempre”.

Más tarde, ese mismo día, las dos estaban solas en la cocina.

“Shelley se sentó en mi regazo después de que todos hubiéramos comido y me dijo: ‘¿Te quieres casar conmigo?’”, recuerda Lauren.

“Dijo que sí”, dice Shelley. “Y entonces, simplemente, lo hicimos”.

La pareja disfrutó de una boda pequeña e íntima el siguiente septiembre de 2018, con la presencia de sus mejores amigas.

“Conocimos a una pareja muy especial, una pareja de lesbianas que llevaban juntas más de 50 años y que eran nuestras vecinas”, explica Shelley. “Una vecina, Jenny, obtuvo su licencia para casarnos…”

“Nos casamos al lado, en casa de Jenny y Bobby”, dice Lauren. “Eran mucho mayores que nosotras; se habían conocido en la universidad y, en aquel entonces, lo pasaron fatal, con neumáticos pinchados, maltratos… ese tipo de cosas”.

“Abrían camino en Estados Unidos”, dice Shelley. “Formaron parte de esa época que realmente abrió camino. Nos sentimos muy honradas de conocerlas y quererlas, y todavía queremos a Jenny; Bobby ya falleció”.

Hoy, Lauren y Shelley, que ya tienen más de 60 años, se han convertido, a su vez, en mentoras para jóvenes de la comunidad LGBTQ+ y también en consejeras para amigos heterosexuales.

“Un par de ellas tienen hijos trans y han recurrido a nosotras en numerosas ocasiones para buscar consejo, recursos y cosas por el estilo. Así que es un verdadero placer estar en ese lugar ahora que podemos ayudar un poco”, dice Shelley.

En las casi dos décadas transcurridas desde que Shelley y Lauren se conocieron, la pareja dice que han crecido juntas a medida que sus vidas han tomado rumbos diferentes y emocionantes.

“Tomamos otro camino hace unos seis años y decidimos mudarnos al campo y ser agricultoras orgánicas”, dice Shelley. “Somos apicultoras. Hemos tenido mucha suerte; nuestras vidas, nuestros intereses comunes, han crecido juntos y se han expandido”.

Fenway, lamentablemente, falleció, pero vivió una vida larga y feliz. Hoy, Shelley y Lauren son madres de “una manada de bulldogs franceses”. Aman a todos sus animales, pero la pareja siempre recuerda a Fenway con cariño y le atribuye el mérito de haberlas unido.

“Para mí es pura casualidad”, dice Shelley sobre cómo se conocieron ella y Lauren. “No conozco a mucha gente que se enamore de su cuidador de perros”.

Es una historia que siempre disfrutan revivir, especialmente en Navidad.

“Nos recordamos mutuamente: ‘Oye, nos conocimos por esta época del año. Esto es lo que hacíamos por aquel entonces’”, dice Shelley.

Incluso hoy, las personas nuevas en sus vidas siempre se parten de risa cuando escuchan la historia por primera vez, añade Shelley.

“Se ríen”, dice. “Les parece increíble”.

Durante años, los compañeros de trabajo de Lauren bromeaban diciendo que la historia podía dar una impresión equivocada a los solteros de todo el mundo.

“Cada vez que contaba la historia de cómo nos conocimos Shelley y yo, me decían: ‘Detente. No cuentes tu historia. Porque no paramos de decirles a nuestros amigos solteros que tienen que salir de casa. Que tienen que salir. La próxima relación en tu vida no va a venir a tu puerta…’”, dice Lauren, riendo.

Cuando se conocieron en 2008, Shelley y Lauren creían que estaban en un camino determinado. Tenían casi 50 años, pero desde entonces han vivido toda una vida de nuevas experiencias juntas.

Lauren sugiere que su historia ilustra que no hay que “conformarse con algo a los 20 porque sí”.

“Y si nos hubiéramos conocido antes, no sé qué habría pasado. Creo que al conocernos mayores, una está mucho más dispuesta a dialogar a través de la contención”, añade Lauren.

Shelley coincide en que su historia deja en evidencia la importancia de vivir la vida al máximo.

“Y nunca, nunca pienses que eres demasiado viejo para nada, o que algo no es posible a ninguna edad”, añade. “Es decir, ¿quién hubiera pensado que seríamos apicultoras y tendríamos una pequeña microgranja… rodeadas de pájaros, abejas, árboles y todo lo que amamos? Es una manera estupenda de pasar nuestras décadas, aquí en la calma, la paz, la belleza”.

“Cuando miro hacia atrás, solo veo una inmensa gratitud. Y a menudo pienso en lo interesante que es que tu vida pueda dar un pequeño giro y puedas experimentar todo esto que quizás no hayas tenido”.

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